
Este artículo fue originalmente publicado por el autor aquí.
Una de las historias de innovación que más me gusta, es una que se sitúa en la década de 1980 en una tremenda empresa llamada IBM. En ese entonces ostentaba una posición muy diferente a la que actualmente tiene (si bien sigue siendo una tremenda empresa no es Apple). En 1981 había lanzado el IBM PC (Personal Computer) el cual tuvo un gran éxito comercial. En pocos años desplazaron todos los otros microcomputadores y arquitecturas y sin ser una máquina deslumbrante, reunía múltiples características deseables en ese entonces en un pequeño computador. Además, incluía un sistema operativo novedoso DOS de una nueva compañía llamada Microsoft. De esta forma, IBM entró en hogares, colegios y pequeñas empresas. En ese entonces IBM destinaba un enorme esfuerzo a I+D, a tal punto que generó 4 premios Nobel de Física y se adjudicó avances radicales en matemáticas, almacenamiento y telecomunicaciones.
IBM estaba teniendo varias discusiones con clientes importantes y una idea radical para un producto surgió: hardware y software que pudiese convertir palabras habladas en texto en una pantalla. El proyecto se denominó «Speech-to-Text» (discurso a texto) y a pesar de que los fundamentos tecnológicos todavía estaban lejos de ser desarrollados, el área de I+D comenzó a trabajar con la promesa de que los clientes pagarían una buena suma de dinero por la solución. Y así fue como organizaron una prueba donde hicieron pasar a un grupo de personas a una sala tipo laboratorio, con una pantalla y un micrófono. Las personas dictaron una serie de palabras relacionadas con el quehacer de una oficina y como por arte de magia el texto apareció en pantalla casi al instante. WOW IBM lo había logrado. Sin embargo, luego del asombro técnico las conclusiones del experimento no fueron promisorias. En simple a los usuarios no les gustó la solución, no por fallas en la solución técnica sino por otros factores como la privacidad al hablar de temas confidenciales y el desgaste de la garganta al hablar (factores que creo todavía son válidos). El proyecto no sería viable y solo gracias a la exposición temprana a la solución hizo entender a los desarrolladores que existían barreras claves impuestas por los mismos usuarios que la pedían.
El costo de desarrollo de ese prototipo, pudo haber tomado varias semanas o meses de esfuerzo, líneas de código y desarrollo de electrónica de vanguardia a lo cual IBM estaba acostumbrado. Llegar a un simple prototipo funcional habría costado varios miles de dólares, quizás millones. Digo pudo, porque algo pasó al inicio del proyecto que cambió radicalmente la naturaleza de este esfuerzo de innovación. Al inicio de este proyecto, un ingeniero tímidamente levantó la mano (nunca he podido encontrar el nombre del ingeniero) y propuso una idea radical. ¿por qué no pretendemos que tenemos la solución? Y así fue como en realidad la magia de la electrónica y el software que convertía la voz en texto en un computador en realidad estaba dado por una simple persona que escuchaba lo que decían en una sala conjunta y tipeaba en un teclado conectado a la pantalla. Simplemente brillante, IBM ahorró un enorme esfuerzo de innovación en una idea que en ese entonces no habría tenido futuro.
Esta notable historia de innovación, está descrita por Jeremy Clark en su libro “Pretotyping@Work”. En este libro utilizan la palabra Pretotipar para definir este concepto intermedio entre experimento y prototipo (se da todo el crédito del término a Alberto Savoia quien fundó PretotypeLabs para desarrollar esta metodología). Pretotipar sin embargo es un término que nunca ha prendido mucho en el mundo de la innovación y probablemente es primera vez que lo escuchen.
Mucho más conocido es el término del experimento asociado a esta historia: Mago de Oz (Wizard of Oz). En el maravilloso libro de David J. Bland “Testing Business Ideas”, el experimento se define como “Crear una experiencia al cliente y entregar la propuesta de valor manualmente usando personas en vez de únicamente tecnología”. Se entiende el nombre por la referencia al temido Mago de Oz que no resultaba ser más que una persona tras bambalinas (ok puede que nunca hayan escuchado hablar del Mago de Oz, pueden ocupar Google).

Esta notable historia de innovación siempre me ha hecho reflexionar sobre como poder generar experimentos simples pero con gran retorno de evidencia para disminuir la incertidumbre de la idea en desarrollo (de eso se trata el libro “Testing Business Ideas”). Es notable como una empresa como IBM acostumbrado a esfuerzos gigantescos de innovación decanta por hacer un experimento tan simple como genial. El ahorro en esfuerzo, tiempo y dinero fueron enormes. Por eso creo que de esta historia podemos sacar tres cosas en limpio:
Es importante probar las ideas a fondo sin importar lo grandiosas que se ven en teoría (incluso cuando tus clientes te lo piden).
Un experimento por más simple que parezca puede entregar mucha evidencia sobre la idea de negocio que se está testeando.
No siempre es necesario desarrollar/fabricar/prototipar el producto o servicio que se está pensando en testear, a veces se debe ocupar el ingenio para encontrar la evidencia que se necesita con muy poco esfuerzo.
¿Conoces otros Mago de Oz interesantes?